En la abigarrada selva
de contribuciones teóricas herederas de la obra de Marx se encuentran textos de
tipos diversos que pueden ser filosóficos o ideológicos, algunos que ponen el
énfasis en los aspectos prácticos de la lucha revolucionaria, otros que
insisten en los aspectos del método
dialéctico, otros más que abordan los circuitos de lo económico e
incluso se encuentran los que hacen un
periplo por la estética y los asuntos culturales. La tesis central que anima el
presente ensayo es que entre una amplia cantera de obras, agenda de temas y estilos
de pensamiento relativos a la producción intelectual marxóloga, es posible
elaborar una taxonomía que permite clasificar el marxismo en tres grandes
vertientes, relatos o tipos: 1. El marxismo de Marx 2. El marxismo-leninismo y
3. El marxismo crítico.
l. El marxismo de Marx
Es el marxismo fundador
ligado a las luchas sociales y políticas de Europa en la segunda parte del
siglo XIX en la que el propio Marx fue protagonista no sólo como escritor sino
como actor y animador. Este contexto de “la lucha de clases” en Francia,
Inglaterra y Alemania, se corresponde con la fase de creación del marxismo en
cuanto el autor de la teoría, Karl Marx, emprende la monumental tarea de dotar
de fundamentos a las luchas del movimiento obrero mundial. Es el marxismo que
en textos centrales como la Ideología Alemana (1845) y los Manuscritos
económicos filosóficos de París (1844) aborda el problema de la emancipación
del hombre, toma distancia neta de la religión, rompe con la filosofía
idealista y con toda la filosofía
metafísica, y finalmente, considerando la experiencia histórica alemana rompe
con el respeto al Estado. En este último aspecto, tras constatar en ese país la
continuidad crónica del absolutismo, llega a la conclusión de la debilidad de
las soluciones políticas y se decanta por soluciones totales o radicales
depositando su confianza en una clase, el proletariado, para realizar la tarea
de una revolución social.
Asimismo, es el
marxismo de la teoría desplegada mediante el método dialéctico heredado de
Hegel, pero despojado de su halo místico, que introduce para las Ciencias
humanas una visión para comprender la sociedad moderna capitalista como un
campo de contradicciones históricas: el valor se opone al precio, la plusvalía
se opone al salario, el capital se opone al trabajo, la burguesía es el opuesto
antagónico del proletariado, el carácter social de la producción se opone al
modelo privado de la apropiación.
Pero también es el marxismo del Manifiesto
Comunista que declara explícitamente la tesis de la lucha de clases, la
dictadura del proletariado y las llamadas medidas prácticas como las
expropiaciones y estatizaciones, aunque -hay que decirlo- se trata de un texto
que no es comparable en rigor y enjundia con otros del mismo Marx.
Y finalmente es el
marxismo que no se conforma con la mera crítica hermenéutica de la ideología,
la filosofía, la religión o el Estado, sino que es mucho más ambicioso, quiere
ser científico, se propone analizar el funcionamiento del modo de producción
capitalista, pero además fundamentar la revolución en una ciencia. En efecto,
Marx procede como lo haría cualquier investigador positivista que opera con las
reglas de la ciencia occidental. “En la presente obra nos proponemos investigar
el régimen capitalista de producción y las relaciones de producción y
circulación que a él corresponden”. (El Capital, volumen I, Prólogo). Pero al
aceptar las reglas de la ciencia, Marx coloca a su teoría y a su revolución
sobre un tablero agonístico que implica pruebas y refutaciones. Y es allí donde
comienzan a hacerse visibles serias grietas e inconsistencias, porque al
pronosticar el derrumbe del capitalismo, al anunciar la revolución proletaria
teniendo como ancla la teoría del valor-trabajo, pronto quedará expuesto por el
tiempo histórico y por la evolución de la ciencia económica moderna.
En efecto, Marx adoptó
el error de David Ricardo e hizo suyo el concepto de valor como “substancia”,
según la cual las mercancías tienen un valor absoluto y el trabajo es la
substancia de ese valor. Tardarían 100
años de evolución de la ciencia económica para que se llegara a clarificar que
lo que determina el valor de un bien no es el trabajo que requirió sino la
capacidad de satisfacer las necesidades de otros seres humanos que lo demandan.
Por tanto, el valor no es una substancia sino una relación. Esta formulación es
central en la economía política moderna y en esa dirección se encuentran
fabulosos textos en Venezuela como los del investigador Emeterio Gómez. De modo
que en la composición del valor como relación –valor relativo- queda implicada
una condición de no-dependencia del trabajo, en la medida en que intervienen
otros factores como la escasez, la demanda, el tiempo y hasta las expectativas
y valoraciones de los sujetos económicos. Sintetizando: cuando es exorcizado
el fantasma sustancialista se impone la realidad inapelable de que el valor se
constituye en el mercado. “El valor sólo puede
ser valor de cambio o precio y […] esta es la única realidad estrictamente
mercantil.” (Gómez, Emeterio, Socialismo y mercado).
En el despliegue del
trabajo de Marx había quedado una huella nefasta sobre la sociedad fundada en
el mercado y el precio. Por tanto, en la sociedad del futuro el mercado debía
desaparecer. Pero desplomada la teoría del valor-trabajo, queda seriamente
averiada la teoría de la plusvalía y ello deja como meramente especulativa la
teoría del derrumbe que, por cierto, ha sido literalmente barrida por el
laboratorio de la historia. Es por ello que marxólogos y exegetas al constatar
que la teoría de Marx ha sido rebasada por “los hechos”, han estado corriendo
detrás de éstos para remendar y maquillar la teoría. Es lo que explica diversas
cabriolas y enroques como aquella de que Marx no quiso explicar el capitalismo
y los precios sino elaborar una teoría de la alienación –tamaño embeleco-, o
cuando vieron a naciones prosperando con capitalismo y mercado ¡oh sorpresa! se
apuraron para llegar a postular sin rubor alguno “socialismo de mercado”.
En una mirada
epistemológica sobre la ciencia Imre Lakatos sostiene que cuando una teoría
explica o predice hechos nuevos es una teoría progresiva. Por el contrario, si
la teoría se retrasa con relación a los hechos, el programa de investigación es
regresivo. (Lakatos, Programas de investigación científica). Cuando se ve a los
seguidores de un paradigma corriendo tras “los hechos” sin poder explicarlos y
sólo apremiados por hacer trabajo de utilería con el fin de poner suturas en la
teoría, entonces se dice que la teoría ha sido rebasada por los hechos. Este es
el caso del marxismo, el de Marx. En consecuencia, estamos en presencia de una
teoría regresiva.
Naturalmente, los
marxistas todavía pueden invocar su revolución, tal vez en nombre de principios
humanistas, vínculos afectivos o hasta éticos, pero lo que sí no pueden hacer
es afirmar que la revolución tiene un fundamento científico.
II. El marxismo-leninismo
Carece
de sentido tratar las proposiciones de la ideología oficial soviética a nivel
cognoscitivo: pertenecen al dominio de la razón práctica, no al de la razón
teórica. Herbert Marcuse.
Esta peculiar versión
del marxismo, a diferencia de la primera, no es motivada por un interés de
fundamentación teorético o en el nivel epistémico, sino gobernada por los
apremios de la práctica, toda vez que tras el triunfo de la revolución de
Octubre de 1917 se hizo necesario en Rusia desmontar las rémoras del régimen
zarista semifeudal y emprender la tarea de construir la sociedad socialista. De
allí las preocupaciones prácticas de Lenin para encarar las demandas de los
procesos reales en términos de tácticas y estrategias, considerando las especificidades
de una revolución en un país atrasado y cercado por países pujantes del
capitalismo. En este contexto, se privilegiaron cuestiones como la
industrialización, la electrificación, la incorporación del campesinado en la
órbita teórico-práctica y, dado el carácter “inmaduro” del proletariado, se desplaza el agente
revolucionario hacia el partido centralizado como vanguardia del proletariado.
Este marxismo en sus formulaciones tiene un carácter pragmático e instrumental.
Se trata de la puesta en escena del marxismo que debe organizar la sociedad,
implantar la dictadura del proletariado, organizar a los trabajadores, poner en
marcha una nueva maquinaria de Estado e iniciar un disciplinamiento social y
cultural para la transición hacia la sociedad del futuro. Pronto asumirían que
se debía apalancar la revolución “desde arriba”.
La sociedad lanzada en
un movimiento inédito en busca de una utopía, se fue convirtiendo en un campo
de experimento e ingeniería social en el
que se edificó un nuevo esquema de poder con base en los sóviets o concejos de
obreros, campesinos, estudiantes etc. pero con la debida preeminencia de un
Soviet Supremo; abolición de la propiedad privada, expropiaciones de tierras a
los campesinos ricos, control sobre la distribución de alimentos como arma
política, estatización de la economía, planificación
económica centralizada, colectivización del campo y fuertes medidas de control
social desde el Estado/partido. A la muerte de Lenin ya se había construido el
andamiaje para su sucesor. El paso de Lenin a Stalin constituyó un cambio de
intensidad en términos de crecimiento de la dictadura, de la centralización
autoritaria y, finalmente, la deriva totalitaria. Stalin encontró la excusa
perfecta para su sistema férreo: la “amenaza capitalista”. A partir de allí
queda inaugurada una era de terror, la colectivización forzada del campo
incluye fusilamientos, el individuo desaparece al quedar subsumido en el
Estado, se entroniza en el poder una burocracia política-militar y de
intelectuales o artistas oficiales que sirve de cementación al Estado
totalitario en sus prácticas y rituales. Asistimos a la peor versión del
marxismo, una en la que se modifica para ponerle ropaje a cada envite generado
por prácticas políticas de control total con el señuelo de “fines superiores” u
“objetivos históricos”. Es el marxismo instrumentalizado para justificar la
escalada de un Estado represivo y totalitario. Es el marxismo convertido en
oráculo; contra el propio Marx sufre la conversión en una ideología oficial. El
marxismo así concebido pierde su contenido crítico, es despojado de su valor
hermenéutico y epistemológico para desplazarse hacia una “concepción del mundo”
reglamentada desde el poder. Tal como lo aprecia Herbert Marcuse “Pasa a formar
parte de la superestructura de un sistema de dominación establecido, el
movimiento del pensamiento es codificado en sistema filosófico”. El
marxismo-leninismo y su deriva stalinista se constituyó en una ideología al
servicio de un “museo de horrores”.
3. El
marxismo crítico
La vertiente crítica es
una expresión del pensamiento marxista
que recupera diversos aportes y sensibilidades intentando rebasar la
problemática del simple “economicismo” en el esquema de “socialización de las
relaciones de producción” o la cuestión añeja de la “dictadura del
proletariado”. Aunque son muchos los autores que podrían formar parte de la
entonación crítica, parece claro que
la agrupación que mejor realiza ese espíritu, por su alcance cultural y
civilizatorio es la Escuela de Fráncfort con notables pensadores como Adorno,
Marcuse, Horkheimer y Benjamín. La crítica no se focaliza sólo sobre el sistema
económico capitalista sino sobre todo el complexus
de Episteme y el cuerpo valórico e histórico-cultural que le sirve de
soporte: la civilización occidental. El punto de partida de Fráncfort es que el
mundo asiste al “desvanecimiento” de la “razón objetiva”, esa razón substancial
o global tan apreciada por los griegos clásicos y aún por los primeros
modernos, donde el cosmos constituía una unidad entre el hombre y la naturaleza
Realizando la idea de comunidad natural/racional plena que dotaba de un sentido
trascendente al mundo. Es la razón entendida como logos, como razón
comprehensiva donde conocimiento y ética se encuentran religados. Es la idea de
razón completamente distinta a la separación que ha impuesto el pensamiento
moderno entre naturaleza y cultura.
El pensamiento de
Frankfort realiza la constatación histórica
y filosófica de que el desarrollo de la modernidad avanzada ha operado una
fractura de la razón objetiva, ésta se ha escindido con el triunfo de la razón
subjetiva, un tipo de razón reduccionista y unilateral que privilegia la
racionalización de los medios con vista al fin de dominación o razón
instrumental. Deviene la razón como una cualidad del sujeto, frío instrumento
de cálculo de medios óptimos para lograr fines ajenos a la razón. Esta
racionalidad de la dominación encuentra su mejor elaboración en la moderna
sociedad tecnológica.
Con ese
telón de fondo, es preciso un apretado resumen de las principales tesis
de Frankfort. Su idea central es la “crítica radical de la razón occidental”. La
sociedad occidental es una barbarie, hay que aquilatar las potencialidades
destructivas del progreso. La civilización tiene todas las posibilidades de
“convertir el mundo en un infierno”. La razón instrumental es la lógica de la
dominación. La racionalidad burocrática no es sólo fenómeno del capitalismo, es
extensiva e inherente al llamado campo socialista. La liberación implica
recuperar la dimensión utópica del humanismo. Una crítica radical desde el
no-lugar, el lugar de la utopía, constituye una brutal contestación contra la
dominación. La razón instrumental en cuanto arbitra medios (ciencia,
tecnología, administración etc.) para dominar la naturaleza, sirve a su vez al
propósito de dominar al hombre. La lógica del dominio de la naturaleza debe ser
impugnada. La industria cultural es la cosificación del hombre unidimensional.
La dimensión estética es el lugar donde se condensa la mayor fuerza crítica de
la sociedad antagónica.
Sin embargo, siendo la
crítica la cantera que exhibe su mayor riqueza, es también su principal
problema, porque la crítica es su método pero también su propuesta. La crítica
se desliza por un flujo y reflujo estetizante, y no se hace presente un cuerpo
propositivo que permita explorar y responder la pregunta ¿Hacia dónde? Ni
pensar en un modelo económico o político. Tomemos con pinza, por ejemplo, una
tesis cardinal, a saber: “crítica de la razón occidental”. (Aclaremos que los
maestros de la sospecha no son muy avenidos a sintonizar con preguntas que
provengan desde algún enclave de “realismo”). Si abandonamos la razón
occidental, una pregunta de base sería ¿Cuál es la alternativa? ¿Acaso la razón
eslava? ¿Acaso la pulsión irracional? Si
la cultura occidental la abandonamos por segmentos ¿Entra en deposición la
razón médica con su paquete de inventos contra las enfermedades? ¿La
alternativa es un regreso del reloj de la historia, tal vez antes del Descartes
de la “res cogitans”? Cuestión esta última pantanosa porque toparíamos con la
edad media donde la razón era sierva de la teología. ¿Implicaría poner en el
invernadero o retirar por completo la tecnología? De modo que esa son sólo
algunas de las preguntas que surgen ante la deconstrucción de la razón occidental.
La escuela de Fráncfort
prefigura ciertamente el destino de un paraíso, pero la aeronave tiene serios
problemas con la escalera y con el tren de aterrizaje. Hay en esa línea de
pensamiento un espíritu melancólico, una especie de nostalgia por la “Razón
objetiva”. Por lo demás, la razón objetiva y la razón subjetiva son por igual
hijas de la civilización occidental. Asimismo, la idea de crítica es propia de la
modernidad occidental desde Descartes hasta Lutero y desde éste hasta la
Ilustración, alcanzando su mayor sistematización en el programa de Kant.