sábado, 26 de octubre de 2024
¿PARA QUé POETAS?
Para qué poetas?
JUAN NUÑO
En los albores del siglo XIX, Hoelderlin lo preguntó acuciante, en su elegía Brod und Weind: “¿Para qué poetas en tiempo de indigencia?". Mucho más tarde, Heidegger, con ese mismo título provocador (Wozu Dichter?, ¿Para qué poetas?), lo intentó responder hacia 1946, con ocasión del vigésimo aniversario de la muerte de Rilke. Pero no lo publicó sino cuatro años más tarde, en la colección de ensayos Holzwege. Su interpretación de Hoelderlin cambió radicalmente el sentido y la visión de esa
poesía.
Al'poco, Jean-Francois Revel, quizá molesto por el tono y las pretensiones metafísicas de Heidegger, respondió con un, desafiante Pour- quoi des philosophes?, que sólo sirvió para desplazar el alcance de la pregunta original de Hoelderlin. No se trata de caer una vez más en la vieja rencilla de filósofos y poetas, nacida de una apresurada e incom-pleta lectura de Platón. Lo que hay que' hacer es tener valor para enfrentarse a la dureza de la cuestión planteada por el poeta alemán hace dos siglos: ¿Para qué los poetas, en tiempos de escasez? Bien difícil lo tendría quien pretendiera negar la indigencia, la escasez, la poquedad, la exigüidad del tiempo que vivimos. Quizá otro también lo haya sido, quizá en, definitiva lo sean todos para quienes los sufren, pero éste en especial y en este rincón del mundo en particular es un tiempo duro, disminuido, ralo, insignificante y raquítico.
No se piense que los malos tiempos políticos son los que agotan la poesía. Ahí están los nombres gigantescos de Pasternak, Mandelstam y Ajmatova para probar lo contrario. Peores tiempos políticos que lo fueron los stalinistas son tiifícilmente imaginables. Y fue justo entonces cuando la voz pura de la poesía mantuvo en alto la dignidad de los hombres. Hay poquedades y parvedades peores que las opresiones políticas. Cuando la cultura se domestica, se oficializa, se burocratiza, llegado es el tiempo de insuficiencia, disminución y miseria intelectual. Entonces es válido preguntar, otra vez sin respuesta, para .qué poetas.
Se inquiere no porque no los haya, sino más bien porque sobran. O los muchos que hay no cumplen con la función irrenunciable de la poesía: ser la voz del futuro y no limitarse a vivir de las migajas del presente ni a caer en la ramplonería cotidiana o en el triste paisaje de las almas urbanas y aquietadas. Para qué poetas si con los que existen puede llenarse una academia y varios ministerios. Ahí está la raíz del daño. Mucho quejarse de los viejos poetas melancólicos, empapados de alcohol, arrastrando una vida mísera y difícil para reemplazarlos por poetas subsidiados, bien arrellanados en asientos oficiales, seguros
del cheque mensual y de la renovación de contratos con el gobierno que sea. Poetas acomodaticios, cor-tesanos, pulidos en el encorvante oficio de las adulaciones y las zamarrerías con quienes momentáneamente manden. ¡Cómo no va a ser tiempo de indigencia si hasta la poesía se viste de carné político y se reparten cargos y prebendas!
Ganas entran de pedir que vuelvan los viejos poetas del alcohol y de la bohemia, de Verlaine a Gerbasi, Eran poetas: seres que tienen la extraña cualidad de pensar en imágenes y de exponer las ideas con formas y sonidos de insondable belleza.
Nada menos que Aristóteles, en el noveno libro de su Poética lo afirma: “La poesía es más filosófica y de más valor que la Historia”. Se entiende: la auténtica poesía, aquella quizá que caracterizó alguien que sabia ser poeta, John Keats: "Si la poesía no sale tan natural como las hojas de un árbol, mejor que no salga jamás”.
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