El
autor, hijo de uno de los abogados argentinos de mayor prestigio -
Héctor Mairal, había escrito en la revista Brando, en 2006, un texto
notable acerca de las Tetas. Tras lo cual la revista Soho, de Bogotá,
Colombia, le pidió que escriba sobre el culo.
BOGOTÁ
(Soho). No suelo concordar con el prójimo varón sobre cuál es el mejor
culo. Noto un gusto general por el culito escuálido de las modelos
flacas. A mí me gustan grandes, hospitalarios, macizos. Me gusta el
culo balcón, que sobresale y se autosustenta como un milagro de
ingeniería. El culo bien latino, rappero, reggaetón, de doble pompa
viva y prodigiosa.
Me salen versos
cuando hablo de culos. Quizá porque en los culos hay algo más antiguo y
atávico que en las tetas, que en realidad son una intelectualización.
Las tetas son renacentistas, pero el culo es primitivo, neaderthaliano.
Con su poder de atracción inequívoca, su convergencia invitadora, es un
hit prehistórico. Despierta nuestro costado más bestial: el del
acoplamiento en cuatro patas. Las tetas son un invento más reciente,
son prosaicas. El culo, en cambio, es lírico, musical, candencioso,
indiscernible del meneo de caderas, del ritmo, la batida de la bossa
que retrata a la garota que se aleja en Ipanema.
Porque el culo siempre
se aleja, siempre se va yendo, invitando a que lo sigan. Se mueve en
dirección contraria de las tetas, que siempre vienen y por eso suelen
ser alarmantes, amenazadoras, casi bélicas (me acuerdo de las tetas de
Afrodita, la novia de Mazinger Z, que se disparaban como dos misiles).
Las tetas confrontan, el culo huye, es elegía de sí mismo, se va yendo
como la vida misma y deja tristes a los hombres pensando qué cosa más
linda, más llena de gracia aquella morena que viene y que pasa con
dulce balance camino del mar.
Las argentinas
tienen orto, las colombianas jopo, las brasileras bunda, las mexicanas
bote, las peruanas tarro, las cubanas nevera o fambeco, las chilenas
tienen poto. O mejor dicho, las chilenas no tienen poto, según mis
amigos transandinos que se quejan de esa falta y quedan asombrados
cuando viajan por Latinoamérica. Yo mismo casi me encadeno a la muralla
del Baluarte de San Francisco, en el último Festival de Cartagena de
Indias, para no tener que volver y poder seguir admirando el desfile incesante
de cartageneras o barranquilleras cuyos culos altaneros merecían no
este breve artículo sino un tratado enciclopédico o un poemario como el
Canto General.
De las cosas que
hacen las mujeres por su culo, la que más ternura me da es cuando lo
acercan a la estufa para calentarlo. No lo pueden evitar. Pasan frente
a una chimenea o un radiador y acercan el culo, lo empollan un rato. El
culo es la parte más fría de una mujer. Siempre sorprende al tacto esa
temperatura, el frescor del cachete en el primer encuentro con la mano.
Durante el abrazo, se
puede llegar a los cachetes de dos maneras. Una es desde arriba, si la
mujer tiene puesto un pantalón, pero es dificultoso y lo ajustado de la
tela impide la maniobra y la palmada vital. La otra forma es desde
abajo y eso es lo mejor, cuando se alcanza el culo levantando de a poco
el vestido, por los muslos, y de pronto se llega a esas órbitas
gemelas, esa abundancia a manos llenas. En ese instante se siente que
las manos no fueron hechas para ninguna otra cosa más que palpar esa
felicidad, para sentir con todos los músculos del cuerpo la blanda
gravitación, el peso exacto de la redondez terrestre.
Se suele pensar que,
en el sexo, la posición de perrito somete a la mujer. Pero hay que
decir que abordar por detrás a una mujer de ancas poderosas puede ser
todo lo contrario: es como acoplarse a una locomotora,
como engancharse en la
fuerza de la vida, hay que seguirla, no es fácil, uno queda subordinado
a su energía, hay que trabajar, darle mucha bomba, carbón para la
máquina. Es uno el que queda sometido a su gran expectativa, absorto,
subyugado, vaciándose para siempre en la doble esfera viva de esa
mantis religiosa.
Una vez vi un
hombre de unos 45 años dando vueltas al parque, corriendo tras su personal
trainer. Lo curioso es que era una personaltrainer, y las calzas azules
de esta profesora de gimnasia evidenciaban que tenía un doctorado en
glúteos. Como el burro tras la zanahoria, el hombre corría tras ella
sin pensar en nada más que ese seguimiento personal. No me sorprendería
que a la media hora hubiera un grupo de corredores trotando detrás, en
caravana. La música de los culos es la del flautista de Hamelin. Los
hombres, con su legión de ratones, van tras ella, hipnotizados.
Las mujeres saben aprovechar
sus recursos. Yo trabajé en una empresa en el mismo piso que una
arquitecta narigona (esas narigonas sexys) y con un 'tremendo fambeco'.
Ella sabía que era su mejor ángulo y lo hacía valer, con unos
pantalones ajustados que dejaban todo temblando. Era una de esas
oficinas cuadradas, llenas de líneas rectas: el almanaque cuadriculado,
la tabla rectangular del escritorio, la ventana, los estantes, las
carpetas de archivos. Un lugar irrespirable de no ser por el culo de la
arquitecta que a veces pasaba camino a tesorería o a la fotocopiadora.
Su culo era lo único redondo en todo este edificio de oficinas. Lo
único vivo yo creo. Nunca intenté nada (se decía que tenía un novio),
pero en una época yo pensaba escribir una novela con los acoplamientos
heroicos que imaginé con ella. Una novela que iba a titular, con un
guiño a Greenaway, 'El culo de una arquitecta'.
No escribí ni
dos líneas de esa novela, pero sí algunos poemas que ella nunca leyó.
Me acuerdo que la veía antes de verla, la intuía en un ritmo particular
que tenía el sonido de sus pasos, un peso, un roce de la cara interna
de sus muslos de falsa mulata. Cuando aparecía en el rabillo de mi ojo,
ya sabía plenamente que se trataba de ella. Y pasaba y todo se detenía
un instante, el memo, el mail, la voz en el teléfono, todo se curvaba
de pronto, no había más rectas, todo se ovalaba, se abombaba, y el
corazón del oficinista medio quedaba bailando. No exagero.
Además era plena crisis del 2002. Todo se
derrumbaba, caían los ministros, los presidentes, caía la economía, la
moneda, la bolsa, caía el gran telón pintado del primer mundo, caía la
moral, el ingreso per cápita, todo caía, salvo el culo de la arquitecta
que parecía subir y subir, cada vez más vivaracho, más mordible, más
esférico, más encabritado en su oscilación por los corredores, pasando
en un meneo vanidoso que parecía ir diciendo no, mírame pero no,
seguidme pero no, dedícame poemas pero no. Ojalá ella llegue a leer
esto algún día y se entere del bien que me hizo durante esos dos años
con solo ser parte de mi día laborable pasando con tanta gracia frente
al mono de mi hormona. Y ojalá se entere también que, cuando me
echaron, lo único que lamenté fue dejar de verla desfilar por los
pasillos, respingando el durazno gigante de su culo soñado.
* Pedro Mairal nació en Buenos Aires en 1970.
Cursó la carrera de
Letras en la Universidad del Salvador, donde fue profesor adjunto de la
cátedra de Literatura Inglesa. En 1996 publicó el libro de poesía
'Tigre como los pájaros' (Mención Premio Fortabat). En 1998 obtuvo el
Premio Clarín de Novela por 'Una noche con Sabrina Love', que fue
llevada al cine y traducida a varios idiomas. En el 2001 publicó el
libro de cuentos 'Hoy temprano' y en el 2003, el libro de poesía
'Consumidor final'.
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