Es difícil describir mi
estado de ánimo después de lo que ocurrió el domingo pasado. Más allá de la
alegría porque pudimos vencer el peso de la mentira y la manipulación, estoy,
como muchos, expectante. Apenas conocidos los resultados cambiaron mis puntos
de vista sobre la marcha general de las cosas en el medio venezolano y
experimento así una de las consecuencias más sorprendentes del voto
democrático. En otras oportunidades, desde que en nuestro país recuperamos el
hilo democrático hace cincuenta y más años y he tenido derecho al voto, tuve
esa misma sensación. Por eso nunca dudé, y en eso acompañé a nuestra dirigencia
más lúcida, de que la voluntad general, expresada de modo terminante en
elecciones que por más manipuladas y entorpecidas por la propaganda y los
subterfugios desde el poder, aún estaban a nuestro alcance; nunca dudé, repito,
que eran la herramienta para comenzar a desmontar el aparato de represión y
avasallaje que se había montado en Venezuela. Pero hube de luchar mucho en mi
limitado medio social, así como tuvieron que hacerlo quienes actúan en
política, con el escepticismo y sobre todo con esa tendencia humana, demasiado
humana, de enturbiar la atmósfera con temores, intuiciones y profecías sobre
los tortuosos caminos que sigue la mentira y la hipocresía.
Y ahora, en virtud de
ese cambio que en cierto modo es súbito porque borra de un golpe la duda sobre
si en verdad ocurriría; con el paso de la adversidad al triunfo, de la
desesperanza al optimismo, los ánimos se transforman. El débil pasa
repentinamente a sentirse fuerte y de inmediato aparecen las tentaciones de
siempre. Tal como en una de las novelas de Dostoievsky, o siendo menos elevado,
en el popular cuento de la crema para cambiarse el color de la piel de negra a
blanca, al sentir unos cuantos de los diputados electos que tenían poder
comienzan a actuar con la arrogancia que estaba adormecida y a hablar
demasiado, pensando que habían dejado de ser pobres como por milagro
(Dostoievsky), o que la crema era muy efectiva y se podía ser blanco con
facilidad.
Las opiniones
divergentes se enseñan con menos pudor y cada quien, abierta o privadamente,
comienza a luchar por destacarse de los demás. Y se presentan entonces, se
seguirán presentando, diferencias de opinión, matices, enfrentamientos abiertos
o no, distancias y concurrencias, protagonizadas por quienes nos gustan más o
nos gustan menos, e incluso, ya ha ocurrido, por quienes fueron protagonistas
de la erosión de la democracia que precipitó la dictadura de diecisiete años y
aún se niegan a dejar paso a otros menos marcados. Tienen derecho a hablar
aunque lo hagan fuera de tiempo, así es la democracia.
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La respuesta de la
camarilla que rige la dictadura que ya comenzó a dejarnos, ha sido a la medida
de su baja estatura moral. Y sobretodo, en ello es necesario reflexionar y
detenerse, ha dejado patente otro de los crímenes de esta experiencia política:
la destrucción de la dignidad institucional.
El Presidente de la
República hace cadena nacional de medios para compartir su ira por la derrota
ante el país, acompañado de los llamados colectivos, grupos de
asalariados del Poder, agavillados paramilitares violentos, como lo demostraron
persiguiendo por las manzanas más centrales de la ciudad, hace un par de días,
a dos ex-ministros que fueron cercanos al Ausente acusándolos de traidores
porque a raíz de la derrota manifestaban en una rueda de prensa sus críticas a
la dirigencia del Régimen.
En ninguna de las
verdaderas revoluciones de la historia se podía haber visto un espectáculo como
este. Sin ningún pudor se quieren convertir en modelos de perseverancia y
meritorios defensores de lo justo a gentes que durante años amedrentan,
agreden, perdonan vidas, adornándose con la excusa de que hacen un trabajo
social que no es sino migajas de la mesa de sus privilegios. Y se exhiben
tal como los capos del narcotráfico, como los padrinos de siempre lo han
hecho para ocultar sus fechorías.
Este inadmisible
espectáculo promovido por la Presidencia de la República no es más (lo
esperamos) que una estridente manifestación de impotencia, pero resulta
agresivo, insólito y demostrativo del bajísimo nivel al que han llegado las
cosas de la revolución en nuestro país. La más alta investidura del
Estado se exhibe en todos los medios con criminales ilegalmente armados, gentes
que están por encima de la ley y que tienen décadas actuando por su cuenta sólo
por haberse ungido a sí mismos como fieles seguidores del comandante eterno.
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Y todavía habrá quienes
en su ansiedad por imponernos su visión del mundo y su ausencia de escrúpulos,
se sientan capaces de justificar esta perversión. Subrayada con la realización
de un acto hoy, mientras escribo, de saludo navideño del Régimen,
también en cadena nacional, plagado de coreografía militar, con intercambio de
frases altisonantes entre generales y comandante en jefe alusivas a la
fidelidad al supuesto legado del fallecido. Con desconsideradamente
estruendosos pasajes rasantes sobre la ciudad de aviones de combate. Todo
configurando lo que bien puede ser un símbolo de la decadencia moral a la que
ha llegado quienes manejan el Poder venezolano, que confunde la Navidad con su
mensaje de paz, sosiego y sobre todo convivencia en la buena voluntad, con
su orgullo militar prepotente e hipócrita.
A eso se ha dedicado la
dirigencia revolucionaria durante casi dos décadas, a hacer gala de su
manejo de los recursos de Poder, del dominio de una violencia potencial basada
en figuras militares y decoración guerrera, desacreditada en todo el mundo
civilizado.
Pero por lo visto, para
esa dirigencia que se ha hecho a sí misma a base de vanidad enraizada en la
repetición casi despiadada de su capacidad de usar la fuerza, la civilización
es el subproducto del sojuzgamiento. Se hermana así con la análoga ansiedad por
inspirar temor que ha sido el estandarte del terrorismo que hoy amenaza al
mundo. Por más que pudieran ofenderse por que se les compare con esos lejanos
representantes de la barbarie, los que aquí se empeñan a demostrar que tienen
las armas a su disposición, y pofr ello tienen derecho a olvidar toda noción de
dignidad institucional, utilizan exactamente los mismos recursos.
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Y esa ha sido la
principal actividad de la dirigencia revolucionaria durante década y media:
exhibir poder, vanagloriarse de que las mayorías están de su parte
autorizándole a aplastar al otro. Ese es el ingrediente clave del pensamiento
del Ausente. Es decir, de su no-pensamiento, porque todo lo demás es
la repetición de los lugarse comunes del izquierdismo, ejercicio que le ocupó
tanto tiempo, que tomó de él y de sus cómplices tanta energía que hoy,
diecisiete años después, ninguno de los problemas sociales más acuciantes del
pueblo venezolano ha sido solucionado. Montaron estructuras que tal vez puedan
utilizarse con esa intención una vez liberadas de su condición excluyente, pero
lo demás fue pura y simple distribución de dádivas proporcionadas por el alto
valor del petróleo.
El núcleo del no-pensamiento
del Ausente fue hacer política por encima de todo, en hacer gala del dominio de
todos los recursos de la sociedad, diariamente casi, en interminables peroratas
que no hacían sino repetir las mismas cosas hasta el punto de que sus millones
de palabras pronunciadas en vida podrían reducirse a dos o tres páginas a doble
espacio mientras que sus recorridos por todas partes tanto dentro de nuestro
territorio como fuera de él para intentar sostener el castillo de naipes de su revolución
se miden por miles de kilómetros y su costo por centenares de millones de
dólares que hoy hacen falta para mitigar los estragos de la pobreza y escasez
(¡la de medicinas, la peor! ) en nuestro pueblo.
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Por eso resulta risible
lo que supimos hace poco acerca de un conspicuo cómplice en las alturas de este
Poder que comienza a derrumbarse, que se ha dedicado a preparar un libro sobre
el pensamiento del comandante eterno. Es tan ridículo el
propósito, tan cargado de inconsciente capacidad de adulación, que asombra. A
ese personaje lo podríamos ayudar si no fuese tan aburrido, redactándole las
tres páginas a doble espacio mientra él se dedica a la biografía del niño de
Barinas porque es cierto que toda biografía, y sobre todo de una persona que ha
tenido un papel tan destacado, si está narrada con calidad literaria, puede
tener interés. Y pudiera ser que este bien intencionado seguidor del líder
supremo, tenga, como se dice, buena pluma.
Entretanto cerremos la
ventana de observación ansiosa a lo que va ocurriendo en el mundo político y
tengamos la serenidad y la confianza en lo más lúcido de la dirigencia que
desde la Asamblea Nacional comenzará a darle soporte a la reconstrucción de
nuestro país, para retornar en lo posible a lo más íntimo, a las cosas que
queremos hacer y para las cuales sumamos diariamente fuerza y reflexión.
En lo personal nunca he
sido seguidor de chismes, dimes y diretes, así que procuraré oírlos, porque
siempre llegan desde todas partes y abundan en estos días, prestándoles poca
atención. E intentaré dar ese giro que anuncié la semana pasada y que se me
está haciendo esquivo, difícil.
La arquitectura tomará
su puesto y las cosas que están a mi alcance junto con ella.
He dado gracias por lo
ocurrido, como mucha gente.
Y seguiré aquí.