Rómulo Betancourt y él fueron los dos políticos más importantes de su
tiempo; es decir, de la segunda mitad del siglo XX.
De Caldera podría decirse lo que dijo el gran escritor uruguayo José Enrique
Rodó de Simón Bolívar: “Grande en el pensamiento, grande en la acción, grande
en el infortunio, grande para magnificar la parte impura que cabe en el alma de
los grandes…”
Caldera fue grande en el pensamiento. Fue un intelectual prestado a la política
o un político prestado a la Academia. Su biografía de Andrés Bello, escrita
cuando todavía no había cumplido los veinte años ha sido objeto de los más
encendidos elogios por parte de la crítica especializada. Su obra Derecho del
Trabajo es uno de los textos más reconocidos en el ámbito del derecho laboral.
Su discurso “la hora de Emaús” pronunciado en diciembre de 1956 en la Sala de
Conciertos de la Ciudad Universitaria de Caracas, su colección de perfiles
biográficos recogidos en las varias ediciones de Moldes para la Fragua; su
actuación en las varias academias de las que fue individuo de número: la
Academia de Ciencias Políticas y Sociales y la Academia venezolana de la Lengua
lo acreditan como un gran pensador.
Además, Caldera pensó en Venezuela, diagnosticó sus problemas, escudriñó en su
historia, presentó propuestas para su superación y trabajó incansablemente por
su progreso.
Caldera fue un hombre de acción. Liderizó el esfuerzo por darle a Venezuela una
democracia política con contenido de justicia social. Asumió la responsabilidad
de ponerse al frente en la tarea de construir un gran partido político popular
inspirado en los valores del Humanismo Cristiano, se propuso ser Presidente de
la República y pudo lograrlo a fuerza de perseverancia y de tenacidad, en dos
oportunidades.
Sin duda alguna, Caldera le dio al ejercicio de la presidencia de la República
un sentido de servicio y de respeto a los valores Republicanos y a los principios
democráticos.
Desde la presidencia de la República hizo todo lo que estuvo a su alcance para
servir al pueblo venezolano y al progreso de la nación.
Caldera fue grande también en el infortunio.
Fue candidato en circunstancias muy adversas frente a la candidatura imbatible
de Rómulo Gallegos en 1947. La de Caldera fue una candidatura simbólica pero
necesaria para iniciar la siembra que floreció, años después, en un gran
partido político llamado COPEI.
De nuevo fue candidato frente a Rómulo Betancourt en 1958 y frente a Raúl Leoni
en 1963. Supo asumir con dignidad sus derrotas electorales. En cada una de
ellas iba creciendo la fuerza que lo respaldaba.
En 1968 logró coronar por primera vez su ambición presidencial frente a la
candidatura del doctor Gonzalo Barrios. En 1983 vuelve a ser candidato frente a
Jaime Lusinchi sufriendo una derrota muy significativa. En las palabras que
pronunció para reconocer la victoria de su adversario incurrió en una generosa
exageración cuando dijo “el pueblo nunca se equivoca”.
Me tocó ser discípulo de Caldera en la universidad, en la actividad política y
en la experiencia internacional.
Considero un privilegio que agradezco siempre el haber podido contar con su
magisterio.
Las circunstancias de la vida me llevaron a tener que competir con él cuando
sentí que mi obligación era poner mi nombre al servicio de una generación
venezolana, la generación de 1958, que en el año 1988 sentía que ya había
madurado y que era el momento de asumir la responsabilidad de gobernar al país
y de imprimir a la vida venezolana los cambios que considerábamos necesarios.
La reacción de Caldera frente a la contundente mayoría que respaldó mi
candidatura en el Congreso Presidencial Social Cristiano que se celebró en el
Poliedro de Caracas en noviembre de 1987 me parece que habría que anotarlo en
aquello de “la parte impura que cabe en el alma de los grandes”.
Su empeño en volver a ser Presidente de Venezuela lo llevó a tener que gobernar
en circunstancias muy difíciles y a tener que terminar el brillante ciclo de su
notable carrera política, entregando los símbolos del poder a un Teniente
Coronel golpista que representaba el retroceso a lo peor de la historia
política venezolana.
Caldera, como dijo Rodó de Bolívar fue: “grande en el pensamiento, grande en la
acción, grande en el infortunio y grande para magnificar la parte impura que
cabe en el alma de los grandes...”
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