Por Ángel Américo Fernández, para Arenga/Digital.
Una vez emitido el veredicto del Laudo arbitral de París en 1899 que
consagró el despojo de 159000. Km cuadrados de nuestro territorio contra toda
norma de derecho y como resultado de una componenda entre Rusia e Inglaterra, hubo
de transcurrir un lapso de 60 años para que la República, recompuesta en un
marco democrático, pudiera reactivar y mantener viva la reclamación soberana
sobre el territorio Esequibo. Fue una empresa difícil, complicada, que requirió
un magnífico esfuerzo de una cancillería experta y diligente, apalancada por
hombres estudiosos, con formación sólida en el campo internacional.
En una brega a contracorriente, la cancillería de Venezuela en tiempos de
la República civil y manejando hábilmente nueva documentación, no ya sobre
cuestiones históricas o cartográficas, sino sobre los intríngulis del Laudo de
París revelados en el documento Mallet Prevost que dejaban al desnudo
una macabra e inmoral trama de intereses entre Rusia e Inglaterra, logró
posicionar un ambiente que obligó al Reino Unido a sentarse con Venezuela, a
reconocer que había asuntos territoriales pendientes, que había que adoptar la
vía de la negociación y, en definitiva, quedaba claro que el viejo Laudo
fraudulento de 1899 no estaba blindado, que ya no era posible sostener que el
diferendo era “cosa juzgada”. Es de esa nueva perspectiva que nace el Acuerdo
de Ginebra en 1966 siendo el firmante por Venezuela el Canciller Ignacio
Iribarren Borges. Al poco tiempo la negociación sería directamente con Guyana,
pues la Guayana Británica obtuvo su independencia.
El acuerdo de Ginebra enfatiza en su preámbulo la solución práctica y
amistosa de la controversia de modo “que resulte aceptable para ambas partes”.
Asimismo señala en su artículo I el establecimiento de “una comisión mixta con
el encargo de buscar soluciones satisfactorias para el arreglo práctico de la
controversia entre Venezuela y el Reino Unido surgida como consecuencia de la
contención venezolana de que el Laudo arbitral de 1899…es nulo e írrito”.
Finalmente, en su artículo V se explicita que “ningún acto o actividad
que se lleve a cabo mientras se halle en vigencia, este acuerdo constituirá
fundamento para hacer valer, apoyar o negar una reclamación de soberanía
territorial en los territorios de Venezuela o la Guayana Británica”.
De esta manera Venezuela se dotó de una herramienta jurídico-política para
mantener en línea la reclamación. A partir de allí, se erigió toda una política
de Estado para el ejercicio de la pretensión soberana, ello incluía notas
diplomáticas a tiempo, el patrullaje sobre la fachada atlántica, un proceso
continuo de comunicación e información a través de los medios, incorporación
del sistema escolar en el estudio y difusión del diferendo, formación de
educadores y amplia cobertura del problema en los textos de estudios.
Sin embargo, un giro abrupto y nefasto ocurre en la posición de Venezuela
con respecto al asunto Esequibo, cuando asciende al poder Hugo Chávez con su
proyecto político continental “socialismo del siglo XXI”. En efecto, con ese
señor en el poder, se abandona la política de Estado en materia de
reclamación, queda seriamente averiado en desmedro de Venezuela el artículo V
del acuerdo de Ginebra en la medida en que el diferendo queda
confinado a un pie de página y subsumido dentro de una política exterior de
sello ideológico y personalista concretada en la alianza política de Chávez con
CARICOM que implicaba el suministro de 185.000 barriles diarios de
petróleo a cambio de apoyo y de votos en la OEA. Entonces el
trato con Guyana desde ese momento fue el de aliado ideológico y no de contraparte
en un diferendo territorial.
En ese contexto se da inicio a un continuado y sistemático enjambre de
declaraciones, envites erráticos cuando no actitudes de manso
entreguismo a cambio de supuestos beneficios políticos que fueron
dejando a la intemperie la reclamación venezolana. En 2004 Chávez manifiesta
que “El asunto del Esequibo será eliminado del marco de las relaciones entre
los dos países…El gobierno de Venezuela no será un obstáculo para
cualquier proyecto a ser conducido en el Esequibo, y cuyo propósito
sea beneficiar a los habitantes del área”. Con esta declaración se opera un
giro drástico en la política de Venezuela, se trituraron 40 años de
diplomacia, se le da luz verde a Guyana para hacer negocios y emprendimientos
de manera unilateral y se resquebraja el acuerdo de Ginebra.
Esa tónica de declaraciones fue una constante en el discurso de Chávez,
empezó a prevalecer una actitud mansa y entreguista, pasando por alto que en
política internacional no privan afinidades ideológicas sino principalmente
intereses. Fueron tan relajadas y palmarias estas licencias avenidas a
los intereses de Guyana que el embajador de Guyana en Caracas Odeen
Ismael dijo en 2007 unas palabras que deben llenar de vergüenza al gentilicio
venezolano: “Si esa es la posición del Presidente Chávez que abandone la
reclamación”. Ese texto fue titular en El Diario El Nacional de Venezuela
que también tuvo amplio eco en los diarios guyaneses.
En un acto cretino y
de mansa entrega con atuendo de dramaturgia antiimperialista, el comunero de
Sabaneta Hugo Chávez en la Cumbre de Río 2008 llegó al colmo y se atrevió a
descalificar el acuerdo de Ginebra al que calificó como una “treta de los
imperios para poner a pelear a Venezuela con Guyana”. El jefe de la política
exterior nos deja con las manos vacías, la única herramienta para defender
nuestros derechos territoriales es puesta en un limbo. No se había visto tanta
torpeza en materia de diferendo.
En el año 2013
continuó la zaga de erratas navegando con cara de proyecto político continental
socialista. Los medios venezolanos reportaron ampliamente que el Almirante
Belisario Martínez es removido de su puesto por detener a la embarcación Teknik
Perdana que incursionó en nuestras aguas con autorización de Guyana. Esos son
los que invocan bolivarianismo y soberanía.
En el mismo orden,
cuando Guyana manifestó su intención de ampliar su plataforma continental a 350
millas, el Gobierno de Venezuela dejo pasar la excelente oportunidad de
plantear el problema en la cumbre de las Américas celebrada en Panamá en 2015,
su reacción se redujo a un pobre comunicado recordando la preocupación por los
derechos de Venezuela, pero ni una sola mención a los casi 50 años de
negociación en el área.
De tal manera que los actos, prácticas y discursos del gobierno
venezolano marcan lo que en lenguaje diplomático se conoce como “aquiescencia” que
sencillamente significa que un Estado frente a los avances de su contraparte en
materia de diferendo, mantiene una posición pasiva, no defiende sus derechos,
deja paso libre a su adversario y ello comporta un declinar de su pretensión
soberana. Parece claro que Guyana ha venido oliendo sangre en la posición
Venezolana desde tiempos del Chávez. Ha realizado negocios y
emprendimientos con empresas chinas y norteamericanas en la explotación de
recursos minerales y forestales en el Esequibo, incluyendo exploración
y explotación de recursos petrolíferos en la plataforma deltana por
transnacionales como Exxon Móvil. Guyana ha documentado un largo y espeso
historial de “aquiescencia” en la posición venezolana. Por eso, conforme a su
estrategia, abandona la figura del “buen oficiante” en el marco bilateral y se
decanta ahora por llevar el caso a la corte Internacional de Justicia. Guyana
olió sangre, le tomó la palabra al comunero e hizo alianzas comerciales, ahora
quiere un “laudo arbitral”. Venezuela en esta materia luce contra la
pared. El único responsable del desastre en la política con respecto
al Esequibo es Hugo Chávez Frías y la cancillería más torpe e indolente de la
historia.
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